La herencia de la dictadura que todavía perdura

 La herencia de la dictadura que todavía perdura

Antes del último golpe de Estado éramos otra cosa, una sociedad con conflictos pero en crecimiento. La violencia fue el instrumento elegido, la persecución el método y la pérdida de todo rumbo colectivo, el resultado.

La peor herencia de la dictadura fue unificar el poder económico con el gobierno de turno, y darles prioridad a los negocios privados sobre las necesidades colectivas. De ese terrible mal todavía no logramos salir, peor aún, solo Alfonsín lo intentó sin éxito, el resto disfrutó las mieles que resultan de semejante deformación.

Aquel golpe fue gestado por un pensamiento represor que sigue vigente, una caterva de definiciones morales o pretendidamente elegantes y cultas que se auto conciben como más importantes que la misma democracia. Muchas de ellas se siguen repitiendo, intentan imponer la superioridad de una cultura, una formación, esencialmente de una riqueza económica que los lleva a imaginarse primero de otra clase, y luego, merecedores de habitar en otra sociedad. Hay una negación del otro como un igual, un desprecio por el caído que es casi esencial al goce del vencedor. La miseria de los salarios no asombra a nadie, ni gobernantes que la pueden evitar con sus prebendas ni mucho menos a los grandes ricos, que disfrutan del triunfo de aquel golpe. Antes de ese día éramos otra cosa, una sociedad con conflictos pero en crecimiento, la violencia fue el instrumento elegido, la persecución el método y la pérdida de todo rumbo colectivo, el resultado. El golpe generó una fractura hasta el momento imposible de superar, y lo que es peor, nos quitó la conciencia de patria al dejarnos en manos de los intereses de turno a los que denominan pomposamente “inversores” siendo simples saqueadores. La política es el espacio que defiende los intereses colectivos, hace cuarenta y cinco años que dejó de ejercerse con solvencia, es triste, pero hoy sus actores solo representan diferentes grupos de presión que lejos están de coincidir con las necesidades de la sociedad. Escuche los discursos de Macri y de Cristina, ninguno de ellos mostró estar dispuesto a superar aquel momento de atraso que inauguró el tiempo del crecimiento de la pobreza con endeudamiento.

Luego tuve la suerte de escuchar de boca de un gran economista, Jorge Remes Lenicov, el concepto central, imponer que el responsable es “la política”; un economista lo expresaba mientras los que debían hacerlo lo ignoraban de hecho. Cuarenta y cinco años de aquel golpe de Estado, Cristina habló de él como si a ellos alguna vez les hubiera interesado el tema de los derechos humanos, me refiero a cuando era duro enfrentarlos; no es lo mismo contar guerras que luchar en ellas. Y lo de Macri, triste, la derecha, los conservadores, al menos deberían exhibir un nivel intelectual acorde a lo que su clase social invierte en educarlos. Los presidentes siempre aspiran a la sabiduría, virtudes del humanismo que no suelen aprenderse en las tribunas donde no habitan las bibliotecas. Un economista que transitaba la política y dos políticos habitantes de la nada. Jorge Remes marca la decadencia de nuestra sociedad, los otros nos cuentan fábulas que solo los seguidores pueden aplaudir.

Cuarenta y cinco años del último golpe. Nos encontró con cuatro por ciento de pobreza y nos devolvió con doce, ahora estamos arribando al cuarenta, una de las pocas sociedades que se disuelven, que retroceden. El golpe llegó cuando estábamos divididos en tres grandes sectores, las fuerzas armadas, la guerrilla y los demócratas. Suelo insistir que vinieron contra la democracia, y lo lograron. Los golpistas impusieron su economía colonial, esa que instala los negocios por encima de los daños que genera. Y el Estado se convirtió en un espacio de prebendas y subsidios. Fortunas para la burocracia y miserias para los subsidiados, ocupado por gente sin palabra ni principios que se convierten en fanáticos, la manera más simple de alejar la duda, de construir una irracionalidad basada en la combinación de un odio, una falsa pasión y una prebenda real y concreta. Solo crece la pobreza y la riqueza mal habida.

La decadencia tiene beneficiarios, primero la dirigencia política con sus negociados y sus prebendas y acomodos, y los grandes grupos, que avanzan sobre la clase media destruyéndola metódicamente. Generan ganancias que no existen, debemos endeudar al país para beneficio de intermediarios destructivos de identidades culturales y sistemas productivos, la concentración avanza en la política y los negocios, en la nueva oligarquía que nos oprime. Fuera de esa dupla de políticos e intermediarios quedan el resto de clase media que logra sobrevivir al embate de los dos de arriba y luego, los caídos subsidiados, amargo fruto de una supuesta ideología del mercado que nos somete a ser colonia y solo genera capitales que se fugan y pobreza que nos queda.

Cuarenta y cinco años desde aquel golpe, heredamos la consigna de la dictadura “achicar el Estado es agrandar la nación”, mientras por otro lado la deformación de los derechos humanos acaricia con prebendas a los deudos como si aquel enorme error mereciera tamaño homenaje, y la política, aquella herencia de encuentro de los grandes líderes, ese logro que nos devolvía el derecho a ser patria, aquel recuerdo puede lastimar intereses. Los mismos que generan pobreza luego levanta el dedo para acusar al “pobrismo”. Como si esa miseria no fuera el fruto amargo de sus actos.

Intentan imponer elecciones como confrontación, con solo dos actores, limitarlas al fracaso presente y el fracaso anterior. Necesitamos que surjan nuevas opciones políticas, nuevos grupos que sean el germen de una línea superadora de los dos contendientes actuales.

La nueva política no puede depender de quien la financie, no puede expresar a ningún grupo de intereses, el patriotismo no suele ser rentado en la misma medida que viene a limitar a quienes lo harían.