El Matrimonio y la Paternidad

 El Matrimonio y la Paternidad

Cuando uno es chico todo gira alrededor de uno, los adultos están a nuestro servicio buscando satisfacer cada necesidad y deseo nuestro, a veces por demás… Cuando vamos creciendo esto no puede ser así, de hecho, madurar es ser uno su propio padre. Es de a poco ir levantando la vista desde mi ombligo hasta el ser del otro. Es ir incorporando al otro en mi vida, y esto se hace en varias etapas cronológicas.
Lo primero que el niño debe aprender es a compartir. Darse cuenta de que no es el centro del mundo y que, toda la gente a su alrededor, especialmente su madre, tiene otras cosas de que ocuparse y que la dedicación a él, siempre es limitada y parcial. Ni hablar cuando hay otros hermanos en escena. Desde esos lugares el niño aprende a compartir. De a poco, con el correr de los años, el niño deberá ir recibiendo cada vez menos y deberá empezar en algún momento, a dar cada vez más. Este es el natural y normal proceso de crecer. Pasar del individualismo a la conciencia de comunidad, a trabajar por el bien común.
El primer paso para el niño será dejar de jugar solo y empezar a jugar con un amiguito. Este será muy parecido a él, con sus mismos gustos y crianzas, pero así y todo, deberá empezar a pensar en dos cuando planea los juegos y no solo en él, al menos para entusiasmar al otro o a los otros. Más adelante podrá ir aceptando amistades con mayores diferencias.
En algún momento de ese crecer en la diferencia se anima a algo mucho más diferente que lo que venía conociendo hasta el momento y descubrirá que hay otro sexo con el cual puede compartir. Diferentes modos de jugar, diferentes gustos, diferente carácter, diferente sensibilidad, todo distinto, pero sumamente atractivo.
Claramente ya hace años que ha dejado de ser niño, ya es un joven con amigos profundos de ambos sexos, con los que comparte vida, con los que sale, se ríe, llora, baila y se emociona. A los que sabe que debe tener en cuenta en sus opciones a riesgo de perderlos si no lo hace. Ya no hay tanto lugar para el egoísmo… El otro pasa a ser más importante que uno en la elección de programas o en la distribución de los tiempos. Este es un paso clave en el crecimiento en el amor. Voy cediendo lo que yo quiero en pos de lo que el otro disfruta o necesita.
Llega un día en que, ya empezando a descubrir lo diverso como algo bueno, decide encarar su vida con otra persona absolutamente distinta a si misma: el sexo opuesto. Llamo noviazgo a ese camino de conocimiento mutuo, en el cual esencialmente, deberán ver si las heridas de uno son capaces de soportar las miserias del otro. Porque uno siempre tiene heridas y también miserias. Solo hay que ver si son compatibles. Por ejemplo, si a mí me han gritado mis padres toda mi infancia, y yo he sufrido mucho dicha situación, me costará mucho soportar a mi lado a una persona gritona. Cada grito reabrirá mis viejas heridas y terminaremos rompiendo la relación. Este camino debe continuar hasta el punto en el que estoy dispuesto a convivir con las miserias del otro, lo cual implica haberlas conocido, haber llevado una relación que facilite el conocimiento, una relación de mucha transparencia y apertura. Sin máscaras.
Llamo Matrimonio, al concepto que se alcanza cuando, habiendo conocido en profundidad a la otra persona, con sus grandezas y miserias, y habiéndome conocido a mí mismo en modo tal que me sepa capaz de convivir con ellas, ELIJO LIBREMENTE regalarle mi vida para hacerla feliz. Por eso, esta opción exige cierto grado de madurez (no necesariamente de edad), ya que ambas personas deberían haber hecho cierto camino en el conocimiento personal. Por supuesto que habrá que soportar mucho, pero es más fácil soportar a alguien que conozco y que libremente elegí que a alguien que no conozco y no sé cómo es, pero sin embargo TENGO que hacerlo. Obviamente estoy hablando de los hijos.
Este conocimiento de mí mismo y del otro, siempre es parcial, ya que hasta el día en que morimos, seguimos conociéndonos mutuamente y aceptándonos. Alguna vez me dijeron “Quién no conozca al menos 10 defectos de su pareja, que no se case”. Me refiero a un camino irreversible de aceptación de uno y del otro. Llamo Matrimonio a lo que se puede generar a partir de ese momento de elección. Luego cada cultura lo encuadra como puede.
La cumbre del amor humano se da en la aceptación y entrega a los hijos. Esta aceptación y entrega incondicional (que los hijos necesitan para crecer sanos) solo puede ser humanamente asumida cuando he seguido convenientemente los pasos anteriores: soportar al igual que yo; soportar al diferente elegido y finalmente, soportar al diferente que no elijo. En el mejor y deseable caso, elijo engendrarlo, pero no elijo su sexo, ni sus características, ni su carácter, ni su vida en general. Solo me toca, como padre, acompañar, “tutorear”, cuidar, proteger e ir trabajando su autonomía para que, llegado el momento, no deba depender de mí en nada. Y luego de eso, soltar. Dejar ir. Todo este camino exige una actitud trabajada de aceptación incondicional.
La falta de esta aceptación se transforma en un problema serio en aquellos padres que buscan que su hijo haga exactamente lo que él hizo, y por ende, en lo que proyectó para él. O lo que es peor, pretender que el hijo sea lo que él quiso ser y no pudo. Que el hijo vaya al mismo colegio, que juegue a su mismo deporte, que estudie la misma carrera, etc… En ambos casos, el hijo estará “completando” la vida del padre, pero nunca será si mismo. “Les vamos transmitiendo nuestras frustraciones” (Joan Manuel Serrat)

Vamos al revés; un hijo, lo que NECESITA de sus padres, es esencialmente, que lo acepten y lo quieran como es, con sus virtudes y sus miserias. Y la primera manera de aprender esto no es
con la palabra, no es con solo decírselo, es principalmente con el ejemplo. Que vean en sus adultos (idealmente, los padres), que se quieren, se acompañan, se soportan, más allá de las miserias personales. De esa manera entenderán que, hagan lo que hagan, van a ser aceptados y queridos. Cuando uno de los cónyuges decide “no aguantar más” al otro, claramente podría surgir en la mente del hijo “¿cómo debo ser yo para seguir siendo aceptado?”, y ahí se pierde el carácter del amor incondicional.
Todo este camino natural se destruye cuando la persona sigue creciendo en años mirando exclusivamente su ombligo y sus necesidades. Por eso digo que la madurez no siempre va acompañada de la edad. Ahora está de moda decir “Ocupate de vos, que el resto se arregle, hacé lo que nunca hiciste, liberate”, pero se olvidan que el ser humano se realiza solo en el amor, y el amor es un aprendizaje que, como ya dije, es el camino de salida de uno mismo para ocuparme de otros.
La clave es la libertad, pero la libertad no entendida como un “hago lo que quiero”, sino como un camino de elecciones, en la cual soy libre para decidir qué quiero hacer con mi vida y entregarme a fondo a lo que elijo. Cada decisión en mi vida debe “hacer pié”, debe apoyarse en las decisiones anteriores, sino, corro el riesgo de hacer como el perro que quiere morderse la cola y se la pasa dando vueltas en el mismo lugar.
Esta entrega voluntaria de uno mismo es lo que hace feliz al Hombre. Si el hombre quiere ser feliz puede elegir dónde y a quién o quiénes entregar su vida, pero si no la entrega, jamás será feliz. Esta entrega deja de serlo, cuando vivo reclamando lo que entregué, cuando lo que dí no me deja ser feliz. Cuando estoy demandando respuestas por lo que doy. En ese caso deberé “volver 5 casilleros atrás” y replantearme mis elecciones.
Pero claro, venimos de épocas en donde el Matrimonio solo era un hecho cultural, algo que se “debía” hacer, sin opción ninguna, o al menos, muy parcializada. Y esto llevó a ejemplos terribles de matrimonios infieles, de matrimonios rotos, de matrimonios sin amor, que no eran capaces de “soportarse mutuamente” (San Pablo; Carta a los Colosenses 3, 13). A estos matrimonios mayoritarios se refieren los medios de comunicación social, cuando en cada ocasión se ríen del matrimonio como si fuera una celda que le espera al pobre condenado…
Cabe aclarar que la palabra “soportar” la uso en su doble acepción: ejercitar la amorosa paciencia con el otro, pero también, hacer de soporte del otro, especialmente en sus debilidades y flaquezas.
Tenemos que rescatar el valor original del matrimonio como camino de crecimiento en el amor hacia una paternidad seria, responsable y madura.

por JULIO BERNALDO DE QUIROS

Lic. en Administración Agraria, Padre y Docente