Las vísperas de las altas fiestas judías: una oportunidad para reflexionar sobre el arrepentimiento

 Las vísperas de las altas fiestas judías: una oportunidad para reflexionar sobre el arrepentimiento

Si bien el judaísmo -así como otros credos- enseña que nada se interpone al arrepentimiento, rompiendo incluso gravosos decretos, también se aprende que su posibilidad no es absoluta ni gratuita

En las vísperas del año nuevo judío, Rosh Hashaná, y luego de diez días, el Día del Perdón o Iom Kipur, cabe destacar precisamente aquel lapso denominado Iamim Noraim o días sobrecogedores. Desde el comienzo y hasta el final de estas celebraciones toda ritualidad y conducta enfatiza en el arrepentimiento por las transgresiones y nada más oportuno para poner en valor su significado a toda la sociedad bajo las actuales circunstancias.

Cuando Dios le dice a Moisés que Él sacará al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto con maravillas y portentos, también le asegura que el faraón no los dejará salir antes que sea castigado con las conocidas diez plagas. La razón de ello, explicita el Éxodo 7:3-4, “Pero Yo endureceré el corazón del Faraón […] El Faraón no les escuchará”, es decir, Dios no lo deja arrepentirse. Y aun cuando los mismos nigromantes en quienes el faraón confiaba le afirmaron con verdad y demostraron con su impotencia que las plagas eran inexorables obras de Dios, aquél no los escuchó. Esto no sólo implica que hay situaciones donde se ignora la más evidente y certera verdad, sino que la imposibilidad de contrición, como explica Maimónides, es el castigo por la cantidad y magnitud de las transgresiones, imposibilitándole a la persona abandonar su deplorable accionar. Pero al no tener ya poder sobre sí mismo, suprimiéndole de alguna forma el libre albedrío, no por eso deja de ser responsable dado que las acciones iniciales que lo condujeron a dicho estado se realizaron por motu proprio. Y esto es revelador dado que si bien el judaísmo -así como otros credos- enseña que nada se interpone al arrepentimiento, rompiendo incluso gravosos decretos, también se aprende que su posibilidad no es absoluta ni gratuita.

Estas circunstancias en las que el hombre no puede arrepentirse, desoyendo aquello que se manifiesta claro y cierto, suprimiéndole la posibilidad de controlar la propia vida ante la imposibilidad de compunción, es similar a quien se inicia en el consumo de drogas como hombre libre y con pleno control de sus acciones, pero que al devenir adicto pierde dicha facultad, no pudiendo responder a su situación, incluso sabiéndola, sino consumiendo más y ciertamente en algún punto imposibilitando todo regreso al control. Así, la transgresión no conlleva un castigo sino que es la misma condena, tal como reza el apotegma “una trasgresión conduce a otra trasgresión”, y quien lo desoiga será un autoindulgente caracterizado, según Aristóteles, por ser un obseso convencido de tener respuestas contundentes y sobreabundacia de defensas, cualesquiera que sean las acusaciones que otros puedan dirigirle, confundiendo el número de justificaciones de su conducta con el valor de sus razones.

En las vísperas del año nuevo judío, Rosh Hashaná, y luego de diez días, el Día del Perdón o Iom Kipur, cabe destacar precisamente aquel lapso denominado Iamim Noraim o días sobrecogedores. Desde el comienzo y hasta el final de estas celebraciones toda ritualidad y conducta enfatiza en el arrepentimiento por las transgresiones y nada más oportuno para poner en valor su significado a toda la sociedad bajo las actuales circunstancias.

Cuando Dios le dice a Moisés que Él sacará al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto con maravillas y portentos, también le asegura que el faraón no los dejará salir antes que sea castigado con las conocidas diez plagas. La razón de ello, explicita el Éxodo 7:3-4, “Pero Yo endureceré el corazón del Faraón […] El Faraón no les escuchará”, es decir, Dios no lo deja arrepentirse. Y aun cuando los mismos nigromantes en quienes el faraón confiaba le afirmaron con verdad y demostraron con su impotencia que las plagas eran inexorables obras de Dios, aquél no los escuchó. Esto no sólo implica que hay situaciones donde se ignora la más evidente y certera verdad, sino que la imposibilidad de contrición, como explica Maimónides, es el castigo por la cantidad y magnitud de las transgresiones, imposibilitándole a la persona abandonar su deplorable accionar. Pero al no tener ya poder sobre sí mismo, suprimiéndole de alguna forma el libre albedrío, no por eso deja de ser responsable dado que las acciones iniciales que lo condujeron a dicho estado se realizaron por motu proprio. Y esto es revelador dado que si bien el judaísmo -así como otros credos- enseña que nada se interpone al arrepentimiento, rompiendo incluso gravosos decretos, también se aprende que su posibilidad no es absoluta ni gratuita.

Estas circunstancias en las que el hombre no puede arrepentirse, desoyendo aquello que se manifiesta claro y cierto, suprimiéndole la posibilidad de controlar la propia vida ante la imposibilidad de compunción, es similar a quien se inicia en el consumo de drogas como hombre libre y con pleno control de sus acciones, pero que al devenir adicto pierde dicha facultad, no pudiendo responder a su situación, incluso sabiéndola, sino consumiendo más y ciertamente en algún punto imposibilitando todo regreso al control. Así, la transgresión no conlleva un castigo sino que es la misma condena, tal como reza el apotegma “una trasgresión conduce a otra trasgresión”, y quien lo desoiga será un autoindulgente caracterizado, según Aristóteles, por ser un obseso convencido de tener respuestas contundentes y sobreabundacia de defensas, cualesquiera que sean las acusaciones que otros puedan dirigirle, confundiendo el número de justificaciones de su conducta con el valor de sus razones.

por FISHEL SZLAJEN

Rabino, Doctor en Filosofía y miembro titular de la Pontificia Academia para la Vida, Vaticano